Evangelio del día
- Jaime Rodriguez
- 10 oct
- 2 Min. de lectura
Jesús enseña que su poder viene de Dios, no del mal. Expulsar demonios es signo de la llegada del Reino. Quien no está con Cristo, se opone a Él. Solo con su fuerza se vence al mal.

Reflexión del Evangelio (Lc 11, 15-26)
“Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.”
En este pasaje, Jesús enfrenta la acusación de expulsar demonios con el poder de Belzebú, una afirmación que revela la ceguera espiritual de quienes, aun presenciando el bien, prefieren atribuirlo al mal. Con sabiduría divina, Jesús responde que un reino dividido no puede subsistir, dejando claro que la obra de Dios jamás puede confundirse con la del enemigo.
El “dedo de Dios” simboliza Su poder actuando directamente en el mundo, manifestando que el Reino de Dios ya está presente entre nosotros. Cada liberación, cada sanación, cada acto de amor y de justicia son señales concretas de ese Reino que avanza en medio de la oscuridad.
Jesús nos advierte también sobre la vigilancia interior. Cuando el mal es expulsado de nuestra vida, no basta con “barrer y adornar la casa” del alma: es necesario llenarla con la presencia de Dios, con oración, fe y obras. De lo contrario, el vacío espiritual puede convertirse en espacio para males aún mayores.
El mensaje central es de coherencia y decisión: no hay neutralidad en el seguimiento de Cristo. “El que no está conmigo está contra mí.” Ser discípulo implica estar del lado del bien, luchar contra toda división interior y abrir el corazón al Espíritu que da vida y libertad.
Que este Evangelio nos inspire a fortalecer nuestra comunión con Dios, a vivir vigilantes y firmes en la fe, dejando que Su poder transforme nuestras debilidades en testimonio del Reino que ya actúa entre nosotros.












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