Evangelio del día
- Jaime Rodriguez
- 20 oct
- 2 Min. de lectura
Jesús enseña que la vida no depende de los bienes materiales y advierte contra la codicia. Con la parábola del rico insensato recuerda que acumular sin compartir es necedad, pues la verdadera riqueza está en Dios.

Evangelio según san Lucas 12, 13-21
“Lo que has acumulado, ¿de quién será?”
En este pasaje, Jesús es interpelado por un hombre que le pide intervenir en un conflicto familiar sobre una herencia. El Maestro, sin asumir el papel de juez, aprovecha la ocasión para advertir sobre el peligro de la codicia y la falsa seguridad que ofrecen las riquezas materiales.
A través de la parábola del rico insensato, Jesús describe a un hombre que, tras una cosecha abundante, decide derribar sus graneros para construir otros más grandes y así guardar todos sus bienes. Convencido de que su fortuna le garantizará años de tranquilidad y placer, se dice a sí mismo: “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Sin embargo, Dios le llama “necio” y le recuerda que esa misma noche morirá, dejando claro que las riquezas acumuladas no tienen valor alguno ante la muerte. Con esta parábola, Jesús enseña que la verdadera vida no se mide por lo que se posee, sino por la riqueza interior y espiritual, la generosidad y la relación con Dios.
El mensaje es una advertencia sobre el peligro del materialismo y la autosuficiencia, recordando que el apego a los bienes puede cerrar el corazón a la fe, a la compasión y al prójimo. “Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios”, concluye el Evangelio, llamando a los creyentes a construir un tesoro que no se corrompa: el del amor, la fe y la justicia.
Este texto invita a reflexionar sobre cómo se emplean los bienes y el tiempo, y a recordar que la vida es un don efímero que cobra verdadero sentido solo cuando se orienta al servicio de los demás y a la voluntad de Dios.












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