Evangelio del día
- Jaime Rodriguez
- 29 oct
- 2 Min. de lectura
Jesús enseña que la salvación exige esfuerzo y sinceridad. No basta conocerlo, sino vivir su palabra. La puerta al Reino es estrecha, pero abierta a todos los que aman con verdad y justicia.

Reflexión periodística – Evangelio del día (Lc 13, 22-30)
“La puerta estrecha: el llamado a la autenticidad y al compromiso”
En su camino hacia Jerusalén, Jesús aprovecha cada paso para enseñar, no con teorías, sino con imágenes que sacuden la conciencia. El Evangelio de hoy, tomado de Lucas (13, 22-30), presenta una de las advertencias más directas del Maestro: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. Una frase que, más que una invitación, se convierte en una llamada urgente a la coherencia y al compromiso personal.
A una pregunta aparentemente curiosa —“¿Son pocos los que se salvan?”—, Jesús no responde con cifras ni predicciones, sino con una exhortación moral: la salvación no depende de pertenecer a un grupo o de haber conocido a Cristo superficialmente, sino de vivir conforme a su palabra. En otras palabras, no basta con haber escuchado su enseñanza o haber compartido su mesa; lo esencial es transformar la vida a partir de su mensaje.
El relato describe un momento decisivo: el amo que cierra la puerta. Es la imagen del tiempo que se agota, de la oportunidad que se pierde por indiferencia o comodidad. Los que quedan fuera reclaman familiaridad —“Hemos comido y bebido contigo”—, pero reciben una respuesta tajante: “No sé de dónde sois”. Con esto, Jesús denuncia la fe de apariencias, esa religiosidad de fachada que no se traduce en obras ni en justicia.
Sin embargo, el mensaje final abre una esperanza universal: “Vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”. Es la afirmación de que el Reino está abierto a todos los que buscan la verdad y la misericordia, más allá de nacionalidades, privilegios o jerarquías.
El Evangelio concluye con una paradoja que define el corazón del cristianismo: “Hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”. En ese orden invertido, Jesús pone de manifiesto que el acceso al Reino no se gana por poder, prestigio ni costumbre, sino por humildad, amor y fidelidad al bien.
Este texto, profundamente humano y espiritual, nos recuerda que la fe auténtica no se mide por palabras, sino por caminos recorridos; no por lo que decimos creer, sino por cómo actuamos cuando nadie nos ve.












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