Evangelio del día
- Jaime Rodriguez
- 4 oct
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Jesús celebra el regreso de los setenta y dos discípulos y les recuerda que su verdadera alegría debe estar en tener sus nombres inscritos en el cielo, no en su poder sobre los espíritus.

Evangelio según San Lucas (10, 17-24)
“Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.”
Este pasaje relata el regreso de los setenta y dos discípulos enviados por Jesús, llenos de gozo al comprobar que incluso los demonios se les someten en su nombre. Sin embargo, el Maestro los invita a mirar más allá del poder y los logros terrenales: la verdadera alegría no está en el éxito, sino en la salvación.
Jesús les recuerda que el mal ha sido vencido —“Veía a Satanás caer del cielo como un rayo”—, y les concede autoridad sobre todo poder del enemigo, asegurándoles que nada podrá dañarlos. Aun así, subraya que la auténtica causa de regocijo debe ser tener los nombres escritos en el cielo: la promesa de vida eterna.
En un momento de íntima comunión con el Padre, Jesús se llena de júbilo en el Espíritu Santo y eleva una oración de gratitud: da gracias porque los misterios del Reino no se revelan a los sabios y poderosos, sino a los humildes y sencillos de corazón. Este gesto revela el corazón de Dios, que se complace en mostrar su grandeza a través de la pequeñez.
Finalmente, el Señor se dirige a sus discípulos con palabras de profunda ternura: “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis.” Con ello les recuerda el privilegio de ser testigos de la presencia del Hijo de Dios, una gracia que muchos profetas y reyes anhelaron sin alcanzar.
Este Evangelio nos invita a vivir con gratitud, alegría y humildad, reconociendo que el mayor don no está en lo que logramos hacer, sino en sabernos amados y salvados por Dios. La verdadera felicidad no proviene del poder, sino de la certeza de que nuestros nombres están escritos en el cielo.












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