Evangelio del día
- Jaime Rodriguez
- 6 oct
- 2 Min. de lectura
Jesús enseña con la parábola del Buen Samaritano que el verdadero amor al prójimo se demuestra con acciones de compasión y misericordia, sin importar quién sea el necesitado.

Reflexión sobre el Evangelio
(Lucas 10, 25-37)
“¿Quién es mi prójimo?”
Este pasaje del Evangelio nos presenta una de las parábolas más profundas y humanas contadas por Jesús: la del Buen Samaritano. Todo inicia con una pregunta fundamental: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” Jesús, como siempre, lleva la respuesta al corazón de la Ley: amar a Dios y al prójimo. Sin embargo, el maestro de la ley busca precisar, casi justificar su visión limitada, y pregunta: “¿Quién es mi prójimo?”
Jesús responde con una historia que desarma cualquier frontera o prejuicio. En el camino de Jerusalén a Jericó, un hombre es atacado y dejado medio muerto. Por allí pasan un sacerdote y un levita —figuras religiosas respetadas—, pero ambos eligen la indiferencia, dando un rodeo para evitar el compromiso del amor. Sin embargo, un samaritano, extranjero y despreciado por los judíos, es quien se detiene, se compadece y actúa. No pregunta quién es el herido ni si “merece” ayuda; simplemente se acerca, cura sus heridas y lo cuida con ternura y generosidad.
El gesto del samaritano es una enseñanza viva: la misericordia no tiene fronteras, ni de raza, religión o condición social. Ser prójimo no depende de la cercanía geográfica, sino de la cercanía del corazón. El verdadero discípulo de Cristo es aquel que no pasa de largo ante el dolor ajeno, sino que se detiene, se involucra y transforma la compasión en acción.
Cuando Jesús concluye diciendo “Anda y haz tú lo mismo”, no solo da una instrucción, sino una invitación diaria: a mirar a los demás con ojos de bondad, a no endurecer el corazón, a reconocer en cada persona un reflejo del amor de Dios. En un mundo donde abunda la indiferencia y el egoísmo, este Evangelio nos recuerda que la verdadera fe se mide en la capacidad de amar y servir sin esperar nada a cambio.
Oración:
Señor Jesús, enséñanos a reconocer al prójimo en cada rostro que sufre. Haznos sensibles a las heridas del mundo y valientes para actuar con misericordia, como el Buen Samaritano. Que cada día, nuestras manos y corazones sean instrumentos de tu amor.
Amén.












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