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Salmo del día

  • Foto del escritor: Jaime Rodriguez
    Jaime Rodriguez
  • 28 oct
  • 2 Min. de lectura

El cielo y la creación anuncian la grandeza de Dios sin palabras; su mensaje alcanza toda la tierra y proclama su gloria eterna.


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Reflexión periodística sobre el Salmo Responsorial (Sal 18, 2-5)

El Salmo 18 es un himno majestuoso que celebra la grandeza del Creador reflejada en la belleza y armonía del universo. “El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos”, comienza el texto, invitando a contemplar la naturaleza no solo como un escenario físico, sino como un lenguaje silencioso que comunica la presencia divina.


El salmista nos recuerda que, aun sin palabras, la creación entera es testimonio vivo de la acción de Dios. El sol, el cielo, la noche y el día forman una sinfonía perfecta que proclama su poder y su sabiduría. “Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón”, dice el salmo, revelando que la obra del Creador no necesita discursos para manifestarse: su mensaje se percibe en la belleza de lo cotidiano.


En un tiempo marcado por el ruido y la prisa, este texto invita a redescubrir el valor del silencio y la contemplación. Escuchar el “lenguaje” del mundo natural es, en última instancia, una forma de oración: reconocer que detrás de cada amanecer y cada noche estrellada hay una palabra de amor divino dirigida a la humanidad.


Así, el salmo se convierte en un llamado a cuidar la creación, a respetar el equilibrio del planeta y a entender que cada elemento de la naturaleza —desde el viento hasta el firmamento— participa en un mismo anuncio: la gloria de Dios que se extiende “hasta los límites del orbe”.

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