Salmo del día

San Pablo recuerda que vivimos y morimos para el Señor. Cristo es dueño de vivos y muertos; por eso, no debemos juzgar a los demás, sino confiar en su justicia. Cada uno dará cuenta de su vida ante Dios.

“En la vida y en la muerte somos del Señor”

Jueves, 6 de noviembre – 31ª Semana del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

La liturgia de este jueves nos invita a reflexionar sobre la total pertenencia del ser humano a Dios, tanto en la vida como en la muerte. En la primera lectura (Rm 14, 7-12), san Pablo recuerda a los cristianos de Roma que nadie vive ni muere para sí mismo, pues todo cuanto somos y hacemos encuentra su sentido en el Señor. Cristo murió y resucitó precisamente para ser Señor de vivos y muertos, y por ello nuestra existencia se orienta hacia Él, fuente de toda vida y esperanza.

El apóstol exhorta también a la comunidad a abandonar el juicio y el desprecio hacia los demás, recordando que todos compareceremos ante el tribunal de Dios. “Cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo”, dice Pablo, subrayando la responsabilidad personal y el respeto mutuo que deben regir entre los creyentes. La verdadera fraternidad cristiana se construye cuando se deja de juzgar y se aprende a mirar a los otros con misericordia.

El salmo responsorial (Sal 26) acompaña esta enseñanza con un canto de confianza y esperanza. El salmista proclama: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?”, recordando que quien pone su fe en Dios no se deja dominar por el miedo. La súplica de habitar en la casa del Señor expresa el anhelo profundo de permanecer siempre en su presencia y gozar de su paz.

El mensaje del día es de serenidad y entrega. Vivir “para el Señor” no significa apartarse del mundo, sino reconocer en cada instante su presencia y su voluntad. Tanto en las alegrías como en las pruebas, la vida cristiana se convierte en una ofrenda continua que confía en el amor de Dios y se sostiene en la esperanza de su Reino.

Palabra de Dios.