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Salmo del día

  • Foto del escritor: Jaime Rodriguez
    Jaime Rodriguez
  • 29 oct
  • 2 Min. de lectura

Jesús enseña que la salvación exige esfuerzo y sinceridad. No basta conocerlo, sino vivir su palabra. La puerta al Reino es estrecha, pero abierta a todos los que aman con verdad y justicia.


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Salmo Responsorial – Salmo 12 (13), 4-6

℟. Yo confío, Señor, en tu misericordia.

El salmista eleva una súplica profunda desde la angustia, buscando la luz de Dios en medio de la oscuridad del sufrimiento. “Atiende y respóndeme, Señor Dios mío, da luz a mis ojos, para que no me duerma en la muerte”, clama con honestidad quien se siente al borde del desánimo, pero no ha perdido la fe.


Este salmo refleja la tensión entre la desesperación humana y la esperanza divina. En él, el creyente reconoce su fragilidad ante los enemigos y los temores internos, pero se sostiene en la certeza de que la misericordia del Señor es más fuerte que cualquier derrota.


La frase central —“Yo confío en tu misericordia”— se convierte en el núcleo de la oración: una declaración de fe que atraviesa el dolor. Aun cuando las circunstancias parecen adversas, el corazón del salmista encuentra alegría en la presencia y el auxilio de Dios.


“Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho” cierra el salmo con un tono de gratitud y esperanza. Es el paso del lamento al canto, del miedo a la confianza, de la oscuridad a la luz.


Este texto nos invita hoy a no rendirnos ante el abatimiento, a seguir confiando incluso cuando parece que Dios calla, recordando que su misericordia siempre llega a tiempo y que la fe verdadera se mide cuando todo parece perdido, pero aún elegimos confiar.


℟. Yo confío, Señor, en tu misericordia.

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