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Evangelio

  • Foto del escritor: Jaime Rodriguez
    Jaime Rodriguez
  • 16 oct
  • 2 Min. de lectura

Jesús reprocha a los fariseos por honrar a los profetas que sus antepasados mataron y por impedir a otros conocer la verdad. Advierte que esta generación será responsable por la sangre de los justos desde Abel hasta Zacarías.


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Evangelio según san Lucas 11, 47-54 — Reflexión periodística y pastoral

En este pasaje del Evangelio, Jesús denuncia con firmeza la hipocresía de los escribas y fariseos, quienes honran a los profetas construyendo mausoleos en su memoria, pero ignoran o incluso reproducen las mismas actitudes de quienes los persiguieron y asesinaron. Con sus palabras, el Señor recuerda que no basta con rendir culto al pasado si no se vive la verdad y la justicia en el presente.


Jesús advierte que esta generación será responsable por la sangre de todos los profetas, desde Abel hasta Zacarías, subrayando que la violencia contra la voz profética —contra quienes anuncian la verdad de Dios— es una constante en la historia humana. El “¡Ay de vosotros!” resuena como un llamado a la conversión: el conocimiento de la Ley no debe ser un instrumento de poder ni de exclusión, sino un camino hacia la libertad y la salvación.


Cuando Jesús afirma que los maestros de la Ley “se han apoderado de la llave de la ciencia”, denuncia la manipulación de la fe con fines de control y conveniencia. La verdadera sabiduría, nos recuerda el Evangelio, está en abrir el corazón a la Palabra de Dios y en permitir que otros también puedan acceder a ella.


El texto concluye mostrando a los fariseos acechando a Jesús, buscando atraparlo en sus palabras, una señal de que el rechazo a la verdad persiste en quienes se resisten a cambiar.


Este Evangelio nos invita hoy a preguntarnos:

¿Reconocemos a los profetas de nuestro tiempo? ¿Escuchamos las voces que claman por justicia, verdad y misericordia, o preferimos silenciarlas con indiferencia o crítica?


“Se pedirá cuenta de la sangre de los profetas” no es solo una advertencia del pasado, sino un recordatorio de que la fe auténtica se demuestra en la coherencia, la compasión y el compromiso con la verdad.


Palabra del Señor.

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