Evangelio del dia
- Jaime Rodriguez
- 4 nov
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Jesús narra el banquete al que muchos invitados rechazan asistir. Dios abre su mesa a los humildes y excluidos, recordando que el Reino es para quienes acogen su llamado con corazón dispuesto.

Reflexión del Evangelio (Lc 14, 15-24)
En este pasaje, Jesús utiliza la parábola del gran banquete para revelar la generosidad de Dios y la libertad humana frente a su invitación. El banquete simboliza el Reino de Dios, una mesa abierta para todos, pero especialmente para los que el mundo suele dejar al margen: los pobres, los ciegos, los cojos, los excluidos.
Los primeros invitados representan a quienes, por sus intereses o apegos, rechazan la llamada divina. Las excusas —el campo, los bueyes, el matrimonio— simbolizan las distracciones del egoísmo y las preocupaciones mundanas que impiden responder al llamado del amor y la comunión con Dios.
El dueño del banquete, indignado pero también compasivo, amplía su invitación a todos los que nadie suele invitar. En ello, Jesús revela el corazón del Padre: su deseo de que “su casa se llene”, que nadie quede fuera de su mesa.
Esta parábola nos interpela hoy: ¿cómo respondemos a la invitación de Dios? ¿Ponemos excusas o abrimos el corazón? El Reino está preparado, pero solo entran quienes acogen la llamada con humildad, gratitud y disponibilidad.
El Evangelio nos recuerda que el amor de Dios es inclusivo, insistente y generoso, pero también que la respuesta es libre: el banquete está servido, pero no todos eligen sentarse a la mesa.
“Sal por los caminos y senderos e insísteles hasta que entren y se me llene la casa.”
— Lc 14, 23












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