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Evangelio del día

  • Foto del escritor: Jaime Rodriguez
    Jaime Rodriguez
  • 3 nov
  • 2 Min. de lectura

Jesús enseña que la verdadera generosidad consiste en invitar y ayudar a quienes no pueden devolver el favor: pobres, lisiados, cojos y ciegos, pues la recompensa vendrá de Dios.


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Jesús invita a practicar una generosidad sin interés personal

Ciudad del Vaticano, 3 de noviembre de 2025 — En la lectura del Evangelio de hoy, tomada del libro de san Lucas (14, 12-14), Jesús ofrece una enseñanza que confronta las costumbres sociales y religiosas de su tiempo, al exhortar a practicar una hospitalidad desinteresada, dirigida especialmente hacia los más necesitados.


Durante una comida en casa de uno de los principales fariseos, el Maestro aprovecha la ocasión para enseñar que la verdadera bondad no busca retribución ni reconocimiento. “Cuando des una comida o una cena —dice Jesús— no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado”. En cambio, llama a invitar a “pobres, lisiados, cojos y ciegos”, prometiendo que la recompensa llegará en la “resurrección de los justos”.


Este pasaje, breve pero contundente, subraya el núcleo del mensaje cristiano: la caridad auténtica no se mide por la reciprocidad humana, sino por el amor gratuito y universal que refleja el corazón de Dios.


Teólogos y líderes pastorales destacan que las palabras de Jesús no solo invitan a la reflexión personal, sino también a un cambio de actitud social. “En un mundo donde predomina el interés y la conveniencia, el Evangelio nos recuerda que la verdadera grandeza está en servir sin esperar nada a cambio”, expresó el padre Julio Santana, párroco de la Catedral Primada de América.


En muchas comunidades cristianas, esta lectura inspira acciones concretas de solidaridad. Diversas parroquias del país han anunciado jornadas de ayuda a personas en situación de calle, ancianos y enfermos, siguiendo el espíritu del mensaje evangélico.


El Evangelio de hoy deja una enseñanza vigente: el amor cristiano se distingue por su gratuidad. Dar sin esperar, servir sin buscar provecho, y mirar a los marginados con dignidad son gestos que, según Jesús, tienen un valor eterno.


“Serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos.” — Lc 14, 14

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